El deseo de disolución, la mirada cautiva, la luz que resplandece y lo paradigmático
Guillermo Guillemi trabaja en la frontera entre la realidad y la ficción. Todo es real y todo es inexistente, según el prisma, porque la materia no se concretiza, o, en todo caso, no posee una clara determinación hierática en sus objetivos a corto y largo plazo.
Se trata de ir más allá de las limitaciones, porque no existe lo que vemos, la materia se transforma constantemente, lo mismo las ideas y conceptos, filosofías y corrientes de pensamiento de los humanos.
Somos el resultado del cambio, de la energía que está en una dinámica de traslación continua.
El universo es movimiento, pero, a la vez, quietud, casi imperceptible. Pero, incluso, en la quietud, la sutilidad de un asteroide, la explosión de una galaxia, el contacto entre dos cuerpos estelares, el choque entre partículas, la incidencia de la luz de los incontables soles influencia en el medio.
Nos definimos a partir de lo que realmente nos conforma. Estamos a disposición de la determinación de la voluntad de cambio.
El cambio es el deseo de disolución de lo existente, en el sentido de considerarlo mero tránsito hacia otros estadios. De ahí que la mirada cautiva, sea una recurrencia de la propia evidencia en que todo es traslación en la medida en que nos envolvemos en la magmacidad del color.
Lo paradigmático es que el laberinto de la vida es la delicuescencia del tiempo, la voluntad de la relatividad e incluso la no existencia de tiempo real.
La dinámica del tiempo se derrite, allá en la lejanía de la mente, en la densidad del paisaje, mientras la cabeza y los ojos de luz miran al cielo, intentando ser libres, huyendo de la prisión de la biología que los encierra. Pero todo es libertad, porque el torrente fluye por las venas inmortales de los humanos..
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
